lunes, 21 de noviembre de 2011

Imperio romano. Arquitectura. Murallas romanas.



Para el imperio romano había una forma clara de expresar el poder: la arquitectura. Y, curiosamente, mientras los griegos se preocupaban por hacer monumentos a sus dioses, a los romanos les importaba más las obras de ingeniería civil.

Lo cierto es que los ingenieros del imperio fueron auténticos genios, que se supieron adaptar perfectamente a los materiales propios de cada región y que alcanzaron algunas obras monumentales que han logrado desafiar el paso del tiempo y que todavía hoy en día se mantienen en pie.

En su época de máximo esplendor el imperio se extendía desde Gran Bretaña hasta Siria. Esa es la razón fundamental de que se puedan encontrar vestigios romanos en diversos puntos del mundo. Así, hoy en día es posible admirar acueductos, anfiteatros, templos y foros en Alemania, Líbano, España, Francia, Tunicia e Inglaterra.

Acueducto romano

En la ciudad de Francesa de Arles los romanos construyeron un anfiteatro con capacidad para 26.000 espectadores en el que se ofrecían vibrantes luchas de gladiadores.

Después de haber sido una fortaleza durante la Edad Media, hoy sirve de escenario para algunas corridas de toro. También el cercano teatro de Orange, que fue construido sobre el año 10 de nuestra era, ha soportado el paso de los siglos y sigue albergando diversas representaciones artísticas. Pero la obra maestra de la ingeniería romana en Francia se encuentra en las proximidades de la ciudad de Nimes.


Allí, desafiante y grandioso, se encuentra el formidable puente del Gard.

La historia de este acueducto se remonta a la época del emperador Augusto, quien estableció a los generales que habían participado en la victoriosa campaña egipcia en una ciudad llamada Nemausus (luego Nimes). Su situación geográfica era privilegiada, puesto que estaba en la principal ruta que unía Italia con España, la Vía Domitia. La ciudad creció y llegó a albergar a más de 40.000 habitantes.

Hacia el año 19 d.C. Marco Agripa, responsable de las obras hidráulicas del imperio, visitó la ciudad y vio la necesidad de construir un acueducto que suministrase agua a los vecinos.





Sobre el río Gard se alzó un puente formidable compuesto por tres cuerpos: una base con seis arcos que estaba en contacto con el agua del río, un cuerpo intermedio formado por otros once arcos y, arriba, 35 arcos más por los que se transportaba el agua desde un manantial de la montaña hasta la ciudad: en total más de 15 millones de litros de agua pasaban por este acueducto.

El acueducto fue una de las obras más características de la ingeniería romana. La mayoría de ellos fueron construidos tan sólidamente que se han mantenido prácticamente intactos hasta el día de hoy.

Además del acueducto del Gard, otro muy célebre es el que se le levantó en Segovia en el siglo II de nuestra era.

Murallas romanas

Ya estuvieron en Europa, Turquía o el norte de África las ciudades del imperio tenían que estar dotadas de infraestructuras completas. Y esto significaba que un núcleo urbano disponía de una muralla, un arco o puerta de entrada, calles pavimentadas, aceras de mosaicos, templos dedicados a la divinidades y un edifico de mármol para celebrar las reuniones del gobierno local.

Por lo general, las murallas romanas tenían un doble muro de sillares separado por un espacio en el que se colocaban piedras y arena, y que formaba una especie de vía por la que podían circular las vigías encargados de la defensa.

Los constructores tenían la precaución de que el muro se prolongase varios metros bajo tierra, ya que así impedían que pudiera haber un acceso subterráneo a la ciudad.




Igual que las murallas romanas fueron un claro antecedente de las medievales, también lo fueron las puertas. Lo normal es que constaran de tres arcos, uno central más amplio que permitía el paso de carruajes, y dos laterales más pequeños reservados a los peatones.

Además de contar con gruesas puertas de madera, existían planchas de metal de cierre que sólo utilizaban en caso de ataque.

Todas las ciudades estaban proyectadas al detalle. Una serie de ejes principales y bulevares, que solían verse interrumpidas por parques o templos, servían de centro al resto de calles entrecruzadas. La importancia de una ciudad se podía medir en función del número de edificios importantes que se alzaban en torno al foro central.

Las comunicaciones del Imperio romano.

Una de las mayores preocupaciones de los constructores del Imperio fueron las comunicaciones. Convencidos de que comunicar las principales ciudades mediante una vasta red de carreteras podía ser la clave para el perfecto funcionamiento de la vida del Imperio, construyeron el sistema viario más grande que hasta a fecha se había visto en el planeta. Pero no se conformaron con hacer simples caminos, sino que construyeron unas sólidas y revolucionarias calzadas por las que se podía recorrer todo el mundo.

Posiblemente, la más popular de estas calzadas fue la Vía Apia, cuyo trazado de 580 km servía para enlazar Roma con las colonias del Adriático. No obstante, luego existieron otras muchos más monumentales, como la Vía Egnatia, que ponía en contacto Roma con Bizancio o la  Vía Domitia, por la que se podía viajar desde Italia hasta España.

El papel de las calzadas como centro de unión política, comercial y cultural resultó decisivo en la historia del Imperio romano.

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